martes, 19 de noviembre de 2024 07:17 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Una reconstrucción del gran Tod Browning

Archivado en: Inéditos cine, London After Midnight

imagen

            Desde que supe que el cine abandonó la imagen silente sin haber llegado a experimentar con ella hasta sus últimas consecuencias, vengo dándole vueltas al asunto. No debemos de ser muchos los interesados en el tema, pero a mí me incumbe bastante más que cualquiera de los grandes debates de nuestro tiempo, incluida la temporada final de Juego de tronos. De hecho, el cine actual, a grosso modo, me interesa en la misma medida que pueda interesarle a un arqueólogo, como tal, el arte contemporáneo. Me explico: rara es la temporada que no veo alguna cinta buena, que como aficionado aplaudo y admiro. Pero mi cinefilia -un apetito insaciable, un afán de pantalla sin límites, que no afición, que no mero entretenimiento-, básicamente es arqueológica. De hecho, si me pagasen por hacerlo, dedicaría con gusto el resto de mis días a escanear fotograma a fotograma -a menudo es así como se hace- esos títulos del amanecer del cine de los que la literatura generada por su mito es cuanto ha llegado hasta nosotros. Y en el tiempo que me quedase libre, escribiría sobre ello.

            Así las cosas, excuso apuntar el alborozo con que recibo la recuperación de cualquiera de esas películas mudas, que se llama vulgarmente a las cintas silentes. No son muchas, si se considera el elevadísimo tanto por ciento del montante total de la producción cinematográfica anterior al sonido que no ha llegado hasta nuestros días, pero rara es la temporada que no sé de una. La comparación viene que ni pintada: casi puede decirse que, anualmente, se recuperan tantos filmes silentes como se producen películas contemporáneas llamadas a pasar a la Historia.

 

            La casa del horror (Tod Browning, 1927), titulada originalmente London After Midnight y así llamada en esa literatura de ella que ha llegado hasta nosotros, era una leyenda entre esas películas mitológicas. Acaso la que más, junto a La cabeza de Jano (1920) de F. W. Murnau. No solo es una de las dos colaboraciones del gran Browning y Lon Chaney perdidas, también está considerada la primera película de vampiros de Hollywood. El New York Herald-Tribune, en su edición del 12 de diciembre de 1927, la saludó con entusiasmo: "Desde que hace unos meses la pantalla comenzó a llenarse de melodramas de misterio, no habíamos visto un ejemplo de esta escuela tan satisfactorio, tan agradablemente espantoso, tan espeluznante". Hoy en día es definida por el American Film Institute como uno de los títulos más destacados de la etapa silente, su última copia ardió mediados los años 60, durante una proyección en Londres.

 

            Como todo el mundo sabe -o como se sabía en los ya lejanos días en que el celuloide era el soporte de la emulsión fotográfica- con anterioridad a la implantación de la película de seguridad -safety film, que se llamaba-, cuyo uso fue obligatorio en 1954, el nitrato de celulosa, el queridísimo celuloide de antaño, bien podía arder por combustión espontánea. El fuego, unido a la mentecatez de quienes no quisieron ver que el cine es más que un negocio y no llegaron a ser capaces de entender que había que conservarlo como la manifestación cultural más importante del amado siglo XX que es, fueron las causas de que la mayor parte del silente haya desaparecido.

 

            El caso del gran Browning y su carnaval de las tinieblas fue especialmente enojoso. Tras el escándalo que supuso el estreno de La parada de los monstruos (1932) -Francis Scott Fitzgerald se encontró con los freaks que la protagonizan en el comedor del estudio de rodaje y no pudo contener un vómito; en varios países estuvo prohibida por su "mal gusto"-, la filmografía de Browning no consiguió volver a despuntar pese al culto que hoy rendimos a La marca del vampiro (1935) -un remake más o menos subrepticio de London After Midnight- y Muñecos infernales (1936), dos de sus últimas realizaciones.

 

            Condenado al ostracismo, el maestro de lo macabro en la encrucijada que llevó a Hollywood del silencio al sonido pasó sus últimos años junto a su querida esposa, la actriz Alice Wilson. El ocaso fue hermoso: viendo cine silente en su casa. Cuenta la leyenda que, en aquellas proyecciones domésticas, bebían la misma cerveza uno y otro. Cuando Alice murió en 1944, el gran Tod tuvo que sobrevivirla dieciocho otoños sumido en la soledad más absoluta. Ése fue su infierno, que no esos monstruos que retrató con una sensibilidad aún más insólita que los espectáculos de feria donde los encontraba.

 

            No fue hasta los años 60 cuando, a raíz de una proyección en la Mostra veneciana, Tod Browning -su carnaval de las tinieblas, porque el resto de su cine se sigue ignorando- comenzó a ser reivindicado. De ahí hasta el culto que le rendimos en nuestro siglo XXI, todo ha sido un reconocimiento sin fisuras. Si en 1967 se hubiera admirado tanto al maestro de lo macabro como se hace ahora, nunca se hubiese permitido que London After Midnight fuese pasto de las llamas. Se hubiera hecho una copia de aquella última por cualquiera de los procedimientos que la técnica de entonces permitía.

            Casi treinta años después, cuando los historiadores David J, Skal y Elias Savada publicaron El carnaval de las tinieblas, el mundo secreto de Tod Browning, maestro de lo macabro en el cine de Hollywood (1996), London After Midnight -imposible referirme a ella por su título español- seguía siendo uno de esos filmes de los que sólo ha llegado la literatura de su mito hasta nosotros. Más recientemente, a comienzos de mi actividad en las redes sociales, en el año 10 de nuestro nefasto siglo, tuve noticia de que estaba circulando una copia de London After Midnight. Hace unos días he dado cuenta de ella y no es exactamente esa copia del filme perdido del gran Browning que parece.

 

            Como se indica en la nota preliminar, es lo más aproximado a él que por el momento podremos ver. Pero se trata de un montaje de Rick Schmidlin sobre las fotografías fijas de la filmación original. La reconstrucción, pues de eso se trata, nos permite atisbar la historia original. Estaba basada en un argumento del propio Browning, guionizado por su mejor libretista, Waldemar Young, bajo el título de El hipnotista. Al cabo no era sino un plagio, disimulado lo justo para que no pudiera acusársele de serlo, de la versión teatral de Drácula, uno de los grandes éxitos del Broadway de la época. Su asunto está condicionado por un dato asaz curioso: el convencimiento, por parte de los responsables de los grandes estudios del Hollywood de la época, de que el público estadounidense nunca admitiría una cinta en que los vampiros fuesen presentados como seres sobrenaturales. Así pues, los supuestos no muertos son criminales comunes que se valen del falso vampirismo para cometer sus fechorías. Más aún, en el caso de London After Midnight, Mooney el vampiro -Chaney, por supuesto- y su cómplice Lunette, la chica murciélago (Edna Tichenor) cuyo nombre alude al término francés para designar la abertura por la que el condenado introduce la cabeza en la guillotina, son una argucia del investigador para descubrir al culpable.

 

            Cinco años después del supuesto suicidio de Roger Balfour -ya entrando de lleno en el argumento-, los muertos parecen revivir en su mansión abandonada. A veces, incluso llaman desde el jardín a los vecinos. El encargado de resolver el misterio será el detective Burke. Cierto, su apellido coincide con el de William Burke, famoso ladrón de cadáveres -y asesino cuando no había muertos que robar- que en compañía de William Hare abasteció de difuntos la cátedra del doctor Robert Knox en la Edimburgo de 1827 y 1828[JMG1]. Edmund Burke, el Burke de London After Midnight -el otro de los dos personajes incorporados por Chaney en la cinta- es un trasunto del Val Hensing de Stoker. Y, al igual que el enemigo implacable de Drácula en alguna de sus adaptaciones cinematográficas, se vale del magnetismo para sus investigaciones. Habrá que recordar que el vampiro, tal y como hoy lo conocemos, debe mucho más al cine que a Bram Stoker, el autor de Drácula (1897). Sin ir más lejos, fue la pantalla la que dio al vampiro una de sus principales características: la fotofobia. El conde del novelista se pasea por Picadilly al mediodía tan campante. Y el gran Tod ya apunta maneras en este sentido, y de forma meridiana, desde el mismo título original de la primera película estadounidense de vampiros: los no muertos regresan a la mansión Balfour cuando Londres se sume en las sombras que suceden a la media noche.

 

            La propuesta de Schmidlin, digna del mayor de los encomios, nos permite apreciar cómo la Lucille Balfour (Marceline Day) de Browning es un trasunto de la Mina Harker de Drácula. También nos descubre que el maquillaje de Chaney fue uno de los más logrados de toda su carrera. En efecto, su estampa debe mucho a la del doctor Caligari (Werner Krauss) en El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), pero los dientes de tiburón que muestra al abrir la boca, dotados con unos ganchos que daban a sus labios el rictus de la muerte y esos aros de alambre, colocados en torno a los ojos a modo de monóculos, para retraer los párpados, son un buen ejemplo de las torturas a las que se sometía El hombre de las mil caras para sus prodigiosas caracterizaciones. "Según parece, la película incluía primeros planos de las órbitas llorosas e inyectadas en sangre, con sus iris bamboleándose como si fueran huevos", escriben Skal y Savada.

 

            Schmidlin nos presenta cierta sobreimpresión sobre el rostro de Chaney en la que puede entenderse un símbolo de sus caracterizaciones. Pero este London After Midnight que nos ocupa es una reconstrucción del original de Browning que ha de tomarse como una cinta de Schmidlin. Él es quien ha decidido el movimiento que su cámara describe sobre las fotos de la cinta de Browning, él es, por tanto, el responsable de su narrativa, el autor de esta película sobre los restos de London After Midnight: fotografías sin movimiento.

 

            De modo que seguiremos esperando que aparezca una copia de esa primera cinta de vampiros de Hollywood en alguna filmoteca. Robert Bloch, uno de los discípulos de Lovecratf más sobresalientes, autor de la novela en la que Hitchcock basó su Psicosis (1960) y de un buen número de cuentos y guiones fantásticos y de miedo, vio el London After Midnight original siendo un niño. Lo que más le llamó la atención fueron los armadillos que pululaban por la mansión Balfour con las clásicas telas de araña festoneando el primer término de los planos. Estas últimas, forman parte del atrezo clásico del cine de miedo. Los armadillos, por el contrario, sólo se han visto en las residencias de los vampiros de Browning. Recuerdo especialmente los de su Drácula de 1931, donde se nos presentaban entre las más destacadas criaturas de la noche.

 


 [JMG1]La prohibición de experimentar con cadáveres que obró sobre los docentes y estudiantes de anatomía hasta 1832, cuando se promulgó en el Reino Unido la primera ley que posibilitó un mayor número de muertos para la ciencia médica, hizo que se pusieran muros a los cementerios para dificultar la tarea de los ladrones de cadáveres. De bien poco sirvieron los cercados ante los asesinos que lo fueron para abastecer a las aulas. Los irlandeses William Burke y William Hare, que en la Edimburgo de 1827 fueron los más sonados de entre estos criminales, han inspirado mucha literatura. Más aún, puede decirse que sus crímenes son el pórtico a todo un subgénero del cuento y el cine de miedo. El principal cliente de Burke y Hare fue el anatomista Robert Knox, a quien Robert L. Stevenson se refiere en el Ladrón de cadáveres (1834) como el señor K.

Hare se salvó acusando de todo a Burke, quien después de ser ahorcado fue diseccionado en la misma escuela de anatomía de la que fuese proveedor. Knox no fue acusado porque Hare, en su confesión aseguro que el doctor no sabía nada acerca del origen de los muertos que compraba. Pero nadie se lo creyó. De modo que se vio obligado a cambiar de ciudad para empezar una nueva vida. También volvió a recurrir para sus prácticas a los servicios de los ladrones de cuerpos.

 

 


Publicado el 19 de mayo de 2019 a las 17:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD